Eres una persona activa. Trabajas más o menos horas, en casa
y/o fuera de casa. Sacas tiempo para tus amistades, tu familia. Incluso para
ponerte guapa. Tienes ideas. Muchas ideas. Muchas cosas por hacer. Te encanta
hacer puzles. O leer. O tejer. O hacer ganchillo. O pintar. O personalizar
muebles. Qué se yo, las posibilidades son infinitas…
A veces tienes la sensación de formar parte de demasiados
saraos. Tiras del carro, pero… llega un momento, ése momento, en el que no
puedes con todo.
No siempre se puede estar arriba. A veces pienso que la
energía fluye por nosotros. A veces estás llena de ella. A veces te falta. A
veces, sencillamente, es que no hay energía ni tiempo suficiente para hacer
todo lo que quieres.
Ése es mi mayor
pecado. Mi mayor ambición. Quererlo todo.
Querer ser buena en mi trabajo, y serlo. Querer tener más
tiempo para leer y para dibujar. Para mi tienda. Para mis amigos. Para mi
familia.
A lo mejor quiero demasiado, pero no me rindo, aunque la
vida se empeñe en recordarme una y otra vez que el tiempo es limitado, que mi
cuerpo es limitado, que la salud es limitada.
No abandono. Nunca. Priorizo.
Reposo.
Pero las ideas y proyectos siguen en mi cabeza. Flotan.
Algunas se posan delante de mis ojos, buscando el poder de la inmediatez. Otras
se alejan por un tiempo, se esconden en las esquinas, llegan casi a diluirse…
pero vuelven. Siempre vuelven.
Y me gusta que lo hagan.
Por eso a veces tengo que aparcar el blog. O no puedo
postear tanto en redes sociales. A veces paso semanas sin ver a mis amigas. O
quizás no pude leer un libro en el último mes.
Cuando siento que no puedo con todo paro un segundo. Tomo
aire. Intento tomar perspectiva, manejar el timón sin que nada se caiga del
barco y sea engullido por las aguas revueltas del olvido, de la nada.
Pesa mucho la mochila que llevo en este viaje. Pero es un
peso bonito, bueno para ser compartido (creo yo).
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